«Escenas de compostaje urbano».

Artículo publicado en «La Ballena Blanca», revista de medio ambiente y economía, nº8.

       “Rincón Utopía” reza el cartel de colores, inyectando luz al ángulo más oculto y umbrío del colegio público Luis Cernuda, de Madrid. La declaración de intenciones pintada sobre una rudimentaria puerta de madera da acceso a una franja de tierra de 3 metros de ancho por 15 de largo encajada entre el edificio escolar y los barrotes de hierro que dan a la calle. Rescatada de la insignificancia hace apenas unos meses, sorprende ahora mostrando tiestos con plantas aromáticas y seis pequeños bancales cultivados. “Uno por cada curso de primaria”, explica Ángel Callejo, miembro del asociación de padres y madres de alumnos de la escuela, y también miembro del Grupo de Compostaje comunitario del barrio madrileño de Hortaleza. Su entusiasmo atrapa y deja traslucir que es el alma máter de la iniciativa. Ángel tiene un hijo en primer curso al que se adivina  la misma energía vital.

  • “Gorka, dile a estos señores con qué se hace el compost”, le reclama Ángel mientras el chaval corre por el patio con sus compañeros.
  • “Con todo lo que estuvo vivo y ahora está muerto”, responde como una exhalación dejando una brisa de rizos rubios.

       Al grupo de Gorka le toca esta semana recoger en el comedor los restos del almuerzo: pan, pieles de frutas, verduras no consumidas, cáscaras de huevo, posos de café e infusiones. Un póster en la pared define la filosofía: “La vida no tira nada”. Con ese inesperado tesoro Ángel hace compost para que los chicos abonen los bancales, cultiven hortalizas y finalmente se las coman, cerrando así el ciclo. Las tres composteras trabajan sin descanso en la misma huerta con la panza llena de desperdicios orgánicos. Sin tecnología,  enchufes o combustibles la metamorfosis tiene lugar a 70 grados casi por arte de magia. Eso sí, bajo la atención de Ángel que se encarga de añadir la basura y los restos de hojas y ramas en la proporción necesaria para que la fermentación sea correcta, así como de airearlo periódicamente para evitar la formación de metano. Sólo acercando la mano ya se nota el calor, “los niños me preguntan que cómo lo hago, y les cuento que de esa magia se encargan primero las bacterias, y después otros microorganismos e insectos que culminan la descomposición de la materia orgánica ya en frío”, relata. “Te aseguro que no sale mal olor, que es una de las preguntas que siempre me hacen”, apostilla. “También se puede conseguir compost de los restos animales pero aquí no lo hacemos porque es un proceso más complejo que requiere otras instalaciones”.

         El proyecto del CEIP Luis Cernuda comenzó hace pocos meses con el apoyo decidido del equipo directivo. Además participan en él setenta familias entre usuarios de la escuela y vecinos del barrio, y un bar próximo que exhibe orgulloso en sus cristaleras el lema del compostaje. “Los vecinos depositan la basura en el contenedor de 50 litros colocado junto a la huerta. Los barrotes de la valla permiten perfectamente el paso de la bolsa biodegradable que les facilitamos”, detalla Ángel. El AMPA también suministra a todo aquel que se apunta un cubo marrón de 10 litros. Entre enero y agosto Ángel ha recogido más de ocho mil kilos de desechos, ocho veces más de lo suficiente para abastecer la huerta escolar, por lo que entrega el excedente a otro proyecto de compostaje que también se estrena este año en la capital: Madrid Agrocomposta, que cuenta con la participación del ayuntamiento. En este caso, la basura recogida en algunos mercados, colegios y huertos comunitarios es trasladada para ser compostada y aprovechada en zonas agrícolas.

         Podría decirse que la experiencia de este colegio es la avanzadilla en la capital de un objetivo ambicioso, compostar in situ dentro de la ciudad y para los vecinos. Ángel explica que el Grupo de Compostaje Comunitario de Hortaleza, al que pertenece, va a ser el primero que coloque este otoño tres composteras semipúblicas en el barrio. El ayuntamiento les ha cedido el suelo y aquellos vecinos que quieran participar recibirán una llave para depositar los residuos en ellas. “No se pueden dejar abiertas porque es importante saber qué se puede echar y qué no. Por eso damos primero un pequeño taller de información”. Al cabo de unos meses, entre cuatro y seis, el compost está hecho y se puede repartir entre los que han participado, para sus tiestos y jardines comunitarios.  El proyecto tiene designado un coordinador al que llaman cariñosamente Master Composter.

       La idea de unirse para compostar en el barrio se la dio un pionero en la investigación del tratamiento de residuos, Alfonso del Val, quien ya hace décadas hablaba de tratar la basura como un tesoro. “Si extraemos recursos del suelo en forma de vegetación y no le devolvemos fertilidad, éste se va empobreciendo. Tres cuartas partes de nuestro país están en proceso de empobrecimiento agudo, a lo que hay que sumar la desertización. España ha descuidado este asunto”, destaca, y enumera la triple importancia de estos proyectos: “que se empiece a estudiar la materia. En Alemania llevan años impartiendo una ingeniería de residuos; que la gente participe en resolver el problema; y que se evite la incineración, pues para hacer una idea en la planta madrileña de Valdemingómez se queman cada año 500 mil toneladas de basura con las emisiones que eso conlleva”, remata del Val.

          Es cierto que cada vez son más entidades locales las que anuncian mayor esmero en su recogida selectiva y la adecuación de plantas municipales de compostaje. Pero los ciudadanos ya no esperan a que sea una obligación legal. El último informe de Naciones Unidas, publicado en 2015, cifra en 2 mil millones de toneladas al año la cantidad de basura que generan las urbes a nivel mundial. De ellas la fracción orgánica oscila entre el 20 y el 40 por ciento en los países económicamente desarrollados, y entre el 50 y el 70 por ciento en aquellos con escaso poder adquisitivo. Aunque una parte de esa abrumadora cantidad de residuos es reciclada, la previsión, según el WorldWatch Institute, es que se duplique para 2025. Paradójicamente la estrategia de la Unión Europea es que sus países miembros consigan reducir sus desechos a la mitad para 2020. La revolución de las basuras está en marcha.

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